martes, 16 de diciembre de 2014

dame un poco de tiempo, aprenderé a verte.

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Me gustan tus manos.
Y es un gran comienzo para una conversación. Porque es verdad. Me gustan tus manos, que escriben todo aquello que tus palabras no dicen. Me gustan tus largos, pálidos dedos, que dibujan todo lo que no sabes explicar. Tus nudillos, con pecas espolvoreadas. Blancos cuando aprietas el puño. Y tus uñas, oh, tus uñas, mordidas hasta la raíz, brillantes y pequeñas, con su forma discontinua, y el cómo intentas esconderlas cuando las miro, avergonzada hasta las orejas.
Me gusta su tacto, y la suavidad que siempre tienen. Y el cómo te ríes, y afirmas que siempre usas crema, y como, un poco después, en susurros y sonrojada, confiesas que lo haces porque sabes que siempre te las cojo. Y tus callos, y tus ampollas, y todas las líneas que conforman tu pequeña mano.
Cómo puede, una parte tan pequeña de tu cuerpo, decir tanto sobre ti. Cómo pueden, tus dedos entrelazados unos con otros, gritar lo que tú nunca me cuentas. El repiqueteo contra la mesa, cuando estás nerviosa. Cuando te rascas el pulgar, porque tienes miedo, y no lo quieres afirmar. O como, cuando mientes, frotas tu índice y tu pulgar.
Podría sostenerlas para siempre.

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