domingo, 19 de abril de 2015

Siempre te protegíamos la espalda. Pero no sé si puedo seguir aquí


empty hands & heavy hearts・・・

Recuerdo cómo te dejé tocarme. 
Cómo me dejaste acercarme a ti. 
Cómo nos dejamos arrastrar a una corriente de rojo fulgor.
Extenso y prodigioso cariño.

Se acabó. Ahora nos odiamos el uno al otro.


Iniciamos nuestra propia guerra. Dos bandos. Ambos generales. Un ejército de sentimientos a nuestras órdenes. Comandos confusos. Nunca pretendí hacerte daño. Mis golpes estaban mal orientados. Mas los tuyos fueron certeros. Yo fui el que cayó a tus pies, suplicando una clemencia que esperaba no obtener. Remátame. Déjame morir. Pero nunca tuviste misericordia.

Hijo de puta.

Nadie había, jamás, escarbado en mi pecho con tanta parsimonia y dedicación, con tan pulcra crueldad. Un brillante bisturí que no era más que tus palabras. Destruiste cada pequeña parte de mí. Ahondaste como si me conocieses. Me conocías. Mejor de lo que yo nunca pude. Un aguijonazo. Dos. Tres. Parabas, como si la esperanza de un rápido final fuese mi alimento. Y era verdad. Yo comía famélico de la promesa de tu perdón. De mis labios agrietados que un día besabas con mimo, sólo salían quejidos de rendición. Pero nunca destacaste por tu amabilidad. Y ciego de mí, sólo vi la brillante luz que tu pequeña parte resplandeciente emitía. Continúo, entre jadeos, aguardando una solución, una absolución a mis, a tus, pecados. Poner fin a la tortura de tu piel sobre la mía, teniendo las manos atadas. A tu lengua salina lamiendo mis heridas. Huye y no me mires.

Mátame. Cállame. Suéltame.

No hay comentarios:

Publicar un comentario